La sola idea de un museo dentro de una casona colonial construida
a finales de 1500, y que perteneció a uno de los “cuatro vecinos” (denominación
de las familias más importantes y antiguas de Trujillo) me pareció llamativo,
especialmente porque vivo aquí desde hace siete años y nunca había escuchado
algo parecido. Si sabía de la herencia española alrededor de la ciudad, pero
desconocía que hubiera salas restauradas mostrando la vida de aquellos tiempos
a través de sus salones y pasajes, así que me dediqué a investigar un poco más
y me sorprendió enterarme que la Casa Urquiaga se encuentra en el mismo corazón
de Trujillo.
Ingresamos y tres guardias más nos observan del otro lado de una
blanca reja que nos bloquea el acceso. El motivo del exceso de seguridad es que
en la casa Urquiaga funciona también el Banco Central de Reserva, entidad que
tiene potestad sobre la fachada y que no ha escatimado esfuerzos para
restaurarla casi en su totalidad, y que gentilmente nos regala una ventana al
Trujillo de otro tiempo. Por tal detalle les estamos agradecidos.
Después de identificarnos debidamente y de ser informados de los
“Qué hacer” y los “Qué no hacer” y especialmente de los “No tocar” pasamos por
un amplio patio de entrada, donde nos recibe Nathaly y con una sonrisa nos da
la bienvenida. Rápidamente llamó nuestra atención un salón que se habría con
donaire delante de nosotros, con una araña de cristal y dos espejos de bordes
dorados. “Este es el salón de caballeros” Nathaly se anticipa a nuestros
pensamientos y nos lleva a través de una tradicional y elegante rendez-vous colonial, entre charlas de política y
conquista. Las paredes están revestidas por un verde pálido, que le da un sutil
toque de elegancia. A ambos lados se disponen unas sillas que solían pertenecer
a otro lugar de la casa, ya que las sillas del salón de caballeros tenían un
aspecto más recio. Una pequeña puerta de madera a uno de los lados resulta
intrigante, es el oratorio, trato de escabullirme pero un cordón blanco me
niega la entrada, y nuestra guía nos ayuda a imaginar las dimensiones mientras
nos recalca la relevancia de la religión católica en las familias españolas por
aquellos tiempos.
La siguiente habitación es el salón de damas y los matices cambian
por completo, es una habitación mucho más colorida, de paredes granates con
adornos blancos y alfombras alegres, que animan a una conversación amena y
coloquial.
Nuestra siguiente parada es un patio decorativo con una pileta en
el medio, y nos sorprendemos al enterarnos que nuestros pies están sobre el
piso original de 1534. Nuestro viaje a través del tiempo nos traslada al cuarto
de invitados, la única habitación habilitada para el público. La distribución a
primera vista nos deja encandilados: Una amplia habitación con una cama en el
centro, un caminito de objetos de aseo personal de antaño nos conducen hasta el
impecable lavamanos. Del otro lado una sombrilla de mano
descansa
armoniosamente en el piso, y centímetros más allá un juego de damas de
porcelana y madera posa para nosotros. Nos desesperamos por sacar una toma que
esté a la altura. La cereza del postre fue enterarnos que en aquella habitación
se había hospedado Simón Bolívar.
El comedor iluminado nos espera, con el sol derramándose por las
ventanas. Aquí es donde mi compañera y yo dejamos que nuestros gustos tomen el
papel protagónico. Ella se dirige hacia la fabulosa vajilla en el centro de la
habitación, donde se eleva orgulloso un regalo del Libertador para agradecer su
estancia, mientras que mis pies me llevan hasta un reloj inglés de salón que
descansa en un rincón.
Las pinturas de toda la casona merecen una mención especial, y
quizás la que más nos impactó fue una ubicada en un pequeño pasadizo interior
que anexaba el comedor con el salón de té, donde un romano sujetaba con una
soga las manos de Jesús mientras otro lo azotaba sin piedad en el suelo,
marcando su espalda con tal fuerza que hacían surcos uniformes. Como
sospechábamos esa pintura también había sido cambiada de lugar y solía estar en
el oratorio.
Para concretar una visita de ensueño, el Banco Central de Reserva
ha anexado un par de salas de exhibición en la parte de atrás donde cualquier
amante de la numismática se sentiría maravillado. Monedas y billetes únicos, de
la colección del banco, tanto conmemorativas como los antiguos soles y los
reales.
Estábamos por dirigirnos hacia la salida cuando Nathaly nos llevó
por un pasadizo de caballería que no habíamos visto hasta un amplio salón, donde descansaba lo
que consideramos es la “perla de la ostra”: Un escritorio de tinta utilizado
también por Simón Bolívar y que muestra orgulloso algunos moribundos ejemplares
de la biblia y la legislación del Perú de tiempo que ya no vuelven. ¡Una
auténtica rareza!
Concluido el recorrido agradecemos la hospitalidad de nuestra guía
que nos recuerda que está disponible para hacer el servicio de guiado de 9:15
AM hasta las 3:00 PM, aunque se toma su (merecido) descanso de 1:00 a 2:00, y
que, por si no fuera suficiente, también realiza el servicio en inglés, y un
recorrido especial para los niños, de una manera mucho más narrativa. Mejor
manera de enseñarle a nuestros hijos sobre la historia colonial no se nos
ocurre.
Y así concluye nuestra visita al Museo del Banco central de
reserva o la Casa Urquiaga. Una verdadera máquina del tiempo en pleno centro, a
vista y alcance de todos. Un lugar imperdible.




